Quiero contarte que mi cuerpo es un árbol grande y frondoso,
Que mis raíces nudosas a veces atisban la tierra y evitan el nuevo sembrar.
Que mis ramas, deseosas de sol, se estiran cada mañana.
Que en otoño me cambian las hojas por cada nuevo abril
Que en primavera me río de los, siempre positivos, azares olorosos de los limoneros y me quejo de los abejorros revoloteantes.
Quiero contarte que hay días obscuros en los que mi sombra me hace pensar que se acabó el día y que las noches ya no tendrán final.
Quisiera contarte, viento cambiante, que tu aroma me trajo loca tanto tiempo, que un día olvidé que necesitaba nutrirme para seguir floreciendo.
Que olvidé que necesitaba agüita para hidratar mis hojas, que sin ellas no puedo crecer...
Y es que, un día, perdida en la alta gracia de esta dinámica frenética y metódica, se me quebró una de las ramas principales y, meditando, convenciome a mi misma, que debía repararme.
Busqué por todo el bosque al mago extraño y desagradable, sus hechizos y revoltijos sólo el los entendía, alababa y respondía.
Entonces, en proceso de reparación, divisé una semillita de condimento que palpitaba suavecito y tierno en su lugar.
Yo sentí que de mi árbol salió una pantera, se movió por mis ramas tratando de escuchar de dónde venía ese latido, curiosa, quería descifrar por qué podía ser tan dulce en un ambiente tan agrio.
Así vi a la pantera tratando de ser pequeña y desapercibida, quería caber en cualquier capullo que le permitirá saber qué era ser "semilla".
Y cada día que se sentía ese palpitar, la pantera salía tímida de mis ramas, miraba con precaución y se movía a tientas para no asustarla, sólo quería saber qué plantita brotará de tan tierno tamborcito.
Y, un día que la semillita no se vio más, la pantera saltó de mi árbol y escarbó la tierra buscando la semilla, recorrió ríos, montes y miró el cielo, pero no la encontró.
La pantera no buscaba nada, así que regreso a buscar cobija y abrigo en mi. Nos había tocado tanta tempestad, que sólo se obligó a enfocar en mi rama rota, se quedó lejos de ella para no ayudar a que ambas nos rompieramos más.
Pero antes que el otoño diese paso al invierno, vimos, la pantera y yo, aparecer una hojita rara y desconocida. Yo le presté altura y calzado para que se acercara cautelosa, para que su negro color no le espantara.
Pero la matita de semilla ya tenía frutos, ya tenía vida, todo a su alrededor estaba calzado. Y la pantera, la pantera curiosa sólo quería escuchar el palpitar.
Así se quedó, merodeando a los pies de mi tronco y a distancia de la matita.
Tanto, tanto se paseó la pantera para escuchar el corazón de la matita, que esta un día estiró su hojita y le rozó el alma.
La pantera, entonces, se salió de mi protección y se quedó haciendo camino, esperando ser rocío, solcito, cascarón de caracol, ser lo que fuese para vibrar su alma así otra vez.
Entonces, viento, quiero contarte que se me olvidó tu brisa, que no quise más bailar a tu ritmo, a tu tempo. Quiero contarte que tanto caminó la pantera alrededor de la matita, se que encendió su caminar, que sus patas hicieron brasas, que ese fuego se extendió hacia mi y me quemó
Mi madera ardió tan fuerte que olvidé de nuevo nutrirme para seguir floreciendo, que olvidé el agüita para hidratar mis hojas...
[Leer con "Carta" de Silvana Estrada de fondo]