Me cuaja el alma, la saca vil y cruda de su fruto apestoso en cálido regocijo.
La siembra para cocerla luego a las brasas de nieve más brillantes, refulgentes y vacías de su fuego verde. No se sabe cómo han sido las cosas, no se juega con el tiempo ni con las ansias de los besos, no se ha negado de la gana, no...
Me confunde, con cómo desgrana su boca, con los atavíos que tiene su traje, con los calambres de sus nervios altivos, a la vista, con su alegría y su seriedad, sus artimañas de palabras. No comprende, que me sorprende, que me atosiga..
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