lunes, noviembre 26, 2007

Bífida

Mi estómago está reposando sobre la última rama del árbol, mis manos y mis pies cuelgan como péndulo hace horas, el viento está agradable y el color de mi polera narra la armonía del día, no hay nada como minutos disponibles para alegarme. Estoy hablando con un amigo, lo suficientemente místico como para hacerme reír en momentos suaves, vamos a beber de los fríos copos contrastados con el calor veraniego,... no hay tarde más grata que la de hoy, la del jueves con juegos de naipes será cálida ablandando las oleadas tórridas.
Las imágenes se disocian ante la tersura de mis movimientos y la seda de las miradas avivada por el fuego de mi pelo que se extiendo como el amarillo del amanecer cercano a la copa del magnánimo sauce en que estoy posada. Como final de cuentas y entre quimeras, evalúo el año que pasó, todo se observa tan distante desde este apacible anciano que me cobija las tardes, todo tan lejano y sin importancia que no puede hacerme ni la milésima de daño que me hizo entonces y le lanzo besos a las pesadeces onerosas, mientras acariciaba con metales la sombría letanía y me liberaba de los versos presurosos que se agolpaban en mi carne inocua llena de duda y dispuesta a cuestionar en voz alta, carne desgarrada por su camino en contra de la masa y a favor del pensamiento libre.

La tarde más apacible y generosa está madura y sabe a frutas secas, cómo éter posado en mi nariz me adormece y me acerca a las raíces, como caída de la rama, pero aún en ella... el cuello tenso me exige reposar de espalda y ahora percibo la última estrella cercana a la luna que desaparece de a poco con la luz,... Volveré por la noche a conversar con ella nuevamente, contándole las anécdotas de una tibia memoria, los manantiales se exigían más agua...

Lo más oscuro de su cabeza explayado en lo escueto y baldío de su mente, no se le permite pensar certero, ni vivir caducado como pasto sediento en desierto, animal sin sangre que respira sin oxígeno y se alimenta de su deseo, lujurioso sentimiento hasta el punto de no hilar las ideas esparcidas por el fregadero de mugre del mundo... Le hablo a quien escuche y le canto sutilmente para que evalúe sin hablar, la mirada más extensa era la aplacada por la gravedad de otra naciente con más fuerza y fogosidad que una enredadera. Éstas verdes y venenosas treparon el sauce y nos cubren a ambos, congelados, como piedra, una vez vuelta la noche arrimarán a nuestras espaldas las ánimas a nosotros pertenecientes y beberemos felices con nuestras lenguas bífidas las aguas de ensueño en tanto las inscripciones cadenciosas se exhiben en el papel...

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